Calles del Partido de Lanús

Un nombre para la polémica: Sarmiento

por Omar Dalponte

Nuestra calle Sarmiento nace en la zona de Gerli Este, en el Camino General Belgrano. Termina al 1900 en la calle Ituzaingó, a unos metros de la estación Lanús en el lado Este de la ciudad. En realidad es continuación de sí misma pues, en tanto una de las arterias que nos une con el partido de Avellaneda, portando en toda su extensión la misma denominación, se inicia en la calle Crisólogo Larralde (ex Agüero) otro nombre con historia. Valga como introducción esta breve mención a Larralde, político y poeta nacido en la localidad de Quilmes en 1902 quien murió – según nos cuenta Enrique Pereira en el Diccionario Biográfico Radical- el 23 de febrero de 1961 hablando en una tribuna a obreros de un frigorífico de Berisso. Vaya nuestro homenaje a quien -desde el radicalismo- interpretó como pocos el significado del 17 de Octubre.
Pero hoy nuestro personaje central es Domingo F. Sarmiento, nacido el 15 de febrero de 1811 en el Carrascal, uno de los barrios más pobres de San Juan. Murió en Paraguay el 11 de septiembre de 1888.
Evidentemente esta personalidad -contradictoria, audaz, genial… y a veces formidablemente brutal- nos convoca para formular esta pregunta: ¿a qué Sarmiento recordamos los unos y los otros?. ¿Al maestro que está en el bronce y a quien se le canta: «por ser grande la Patria iluminaste con la espada, la pluma y la palabra»? ¿O al mismo hombre que en carta a Mitre le aconseja: «no ahorrar sangre de gauchos que es un excelente abono para la tierra»?.
En verdad hay un solo Sarmiento. La misma persona capaz de amar apasionadamente y de odiar con crueldad incomparable. En carta a una de sus amantes, Aurelia Vélez, le dice: «Mi vida futura está basada exclusivamente sobre tu solemne promesa de amarme y pertenecerme a despecho de todo». Y ya al borde de su muerte, a los 77 años le pide a la misma mujer: «Venga al Paraguay, venga que no sabe la Bella Durmiente lo que se pierde de su Príncipe Encantado. Venga y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo la vida».
Con menor dulzura, después de la muerte del Chacho Peñaloza cobardemente asesinado, Sarmiento le decía a Mitre: «Inspirado por el sentimiento de los hombres pacíficos y honrados he aplaudido la medida, precisamente por su forma. Sin cortarle la cabeza a aquel inveterado pícaro y ponerla a la expectación, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses. Seamos lógicos, cortarle la cabeza cuando se le da alcance es otro rasgo argentino. El derecho no rige sino con quienes lo respetan, los demás están fuera de la ley». Esto podrían haberlo escrito Videla, Massera o Astiz.
Sarmiento ha sido, sin duda, un temperamento hacedor del bien y del mal. Un alma preparada para concretar audaces y valiosos emprendimientos con la misma pasión puesta en los hechos más aberrantes.
En muchos seres humanos anida la capacidad de realizar los actos más sublimes como aquellos asombrosamente diabólicos. De consumar hechos llenos de generosidad y grandeza, y otros plagados de maldad y egoísmo sin guardar un mínimo de remordimiento.
Metiendo la mano en el bolillero de la vida podemos sacar millones de ejemplos. Tomemos uno entre tantos: Richard Wagner, músico genial y notable compositor fue, a la vez, un malvado antisemita. Tanto es así que los nazis hallaron en él una de sus fuentes de inspiración para cometer las más grandes atrocidades. Con su música desfilaban las terribles SS y con ella el nazismo acompañaba sus ceremonias religiosas, matrimoniales y todo acontecimiento trascendente que requiriera un marco musical. Para los ideólogos nazis Richard Wagner era el héroe perfecto. El mismo Hitler declaraba que su movimiento revolucionario nazista había comenzado con la lectura de los panfletos de Wagner y siempre resaltó su pasión por la obra de este compositor -especialmente por «Parsifal»- que exaltaba a los caballeros teutónicos y a la raza aria.
¿Cuántas versiones del «Hombre y la Bestia» podemos hallar entre millones y millones de personas? ¿Cuántos «otros yo» habitan en cada uno de nosotros los mortales?. Acaso, aquí muy cerca en nuestro tiempo, cálidos abuelitos -a la vez respetables vecinos- no fueron responsables del Holocausto o de las Fosas Ardeatinas?.
Nuestro Sarmiento, «el padre del aula», ha hecho méritos suficientes como para ser glorificado y odiado en porciones iguales. Así es la vida.

Nota del autor:
Consultamos entre otras obras: «Los Mitos de la Historia Argentina» de Felipe Pigna y «Argentinos» de Jorge Lanata, Agradecemos las opiniones de los lectores.

nuevospropositos@hotmail.com

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