Roberto, “el Negro” Fontanarrosa

Roberto, “el Negro” Fontanarrosa: el profesional de la risa
Se cumplieron doce años desde aquel 19 de julio, cuando la tristeza que inundó la ciudad de Rosario se rebalsó hacia el resto del país. Entonces, un paro cardiorrespiratorio producto de una esclerosis lateral amiotrofia arrancaba a sus 62 años, al Negro Fontanarrosa del mundo terrenal. Una multitud de hinchas de Rosario Central, reconocidas personalidades del mundo de la música y la literatura, funcionarios y también seguidores anónimos de la obra del artista, lo despidieron en elcementerio Parque de la Eternidad, no sin antes pasar por el estadio canalla. Se inmortalizaba así, uno de los grandes nombres de nuestro país que parió entre tantos otros a Inodoro Pereyra, el gaucho renegau, y a Boogie El Aceitoso. «Uno hace el humor que puede y no el que quiere. Yo lo que quiero es hacer reír, pero es muy difícil», supo explicar en una entrevista hace casi veinte años. Con una enorme humildad, escondía su gran talento para robar risas y carcajadas a sus lectores. Nació el 26 de noviembre de 1944 en Rosario, ciudad donde vivió toda su vida. 1968 fue el año en que publicó su primer chiste e inició, oficialmente, su carrera como humorista gráfico. Colaboró con las revistas Tinta, Hortensia, Satiricón, Mengano, hasta que en 1976 junto a Inodoro, aterriza en las páginas de Clarín para luego pasar a su revista dominical, Viva. En 1981 publicó su primera novela, «BestSeller», y un año más tarde sus compilados de cuentos salieron a la luz, entre los que se destacan «El mundo ha vivido equivocado» (1982), «No sé si he sido claro» (1986), «La mesa de los galanes» (1995), y «Una lección de vida»(1998), por mencionar solo algunos. Pero su obra también llegó a la pantalla grande: poco antes de su muerte, fue guionista de «Martín Fierro: la película» (2007) y de «Cuestión de principios» (2009). «Metegol», el film dirigido por Juan José Campanella que ganó los premios Goya y Platino, estuvo basado en su cuento «Memorias de un wing derecho». También fue colaborador del grupo humorístico y musical «Les Luthiers» durante largos años.
El Negro canalla
Innumerables son sus cuentos acerca del fútbol, la pasión que éste despierta y también, las enormes glorias y profundas amarguras que genera. Por mencionar solo uno como ejemplo, recordamos «La observación de los pájaros» donde el Negro relata los pensamientos de un único protagonista que está manejando la ansiedad mientras transcurre un clásico del fútbol rosarino: Rosario Central vs. Newell’s. El protagonista -que podría tranquilamente también representar al Negro- es fanático de Central y ha seguido la transmisión del partido por radio hasta que el equipo contrario anotó el único gol, y está convencido de que el resultado, ya casi llegando a los últimos minutos del partido, se trata de una derrota. Al respecto, el personaje relata: «Lo peor es la radio. Es mucho peor que ir a la cancha. Es como pelearse con un tipo en una habitación a oscuras. Los relatores asumen la responsabilidad frente a sus oyentes, y más que nada frente a sus anunciantes, de dotar de dramatismo al espectáculo, esa verdadera fiesta del fútbol rosarino. Por lo tanto, los remates siempre salen rozando los maderos, las atajadas siempre revisten la condición de milagrosas y los ataques en profundidad despiden invariablemente un definitivo aroma a gol. Hay que guiarse entonces por el estallido de la tribuna, allá en el fondo. El rumoreo de la indiada como telón del fondo del tipo que transmite». De esa manera, Fontanarrosa podía explicar de manera sencilla pero sumamente profunda, las costumbres y sentidos comunes de los fanáticos del fútbol, grupo del que él era parte. En alguna ocasión incluso llegó a decir que si hubiera que ponerle una música de fondo a su vida, sería la transmisión de los partidos por la radio. Así era el Negro.
Que lo parió
Su escritura se caracteriza por ser muy similar al propio desarrollo del pensamiento del lector, incluyendo los sentidos comunes profundamente arraigados -de los que el Negro se burlaba una y otra vez- pero también la forma con la que se representan en la mente (y esto incluye -hay que decirlo- expresiones de todo tipo y color que muchas veces uno se guarda para uno). Pero el Negro las traspasaba al papel, y quizás por eso, entre otras cosas, resulta tan fácil empatizar con sus cuentos. No solo recibió los premios Konex, y el Konex Platino y la Mención de Honor «Domingo Faustino Sarmiento» del Senado de la Nación, sino que participó además -atención en este dato-, del III Congreso Internacional de la Lengua Española en 2004, donde dio una charla titulada «Sobre las malas palabras». En ese entonces, deslumbró con su ponencia, que además de hacer reír a sus oyentes, marcó un verdadero punto con respecto a «las malas palabras»: «Ahora, yo digo, a veces nos preocupamos porque los jóvenes usan malas palabras. A mí eso no me preocupa, que mi hijo las diga. Lo que me preocuparía es que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión, de grafismo al hablar. Como esos chicos que dicen: ‘Había un coso, que tenía un coso y acá le salía un coso más largo’. Y uno dice: ‘¡Qué cosa!’. Yo creo que estas malas palabras les sirven para expresarse, ¿los vamos a marginar, a cortar esa posibilidad? (…) Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irremplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física». Nos convenció a todos, ¿no?
Un profesional de la risa
En una entrevista para Canal 7, hace largos años, explicaba su método de trabajo: «Cumplo un horario como si fuera un funcionario público. Estoy siete horas en el estudio, cuando salgo no es que dejo de trabajar porque esto son trabajos vocacionales, como el tuyo y vos aunque no estés trabajando en una redacción no dejas de ser periodistas, y yo no es que voy al boliche con la intención de encontrarme con los amigos con la intención de sacar cosas de ahí, yo voy de recreo. Pero uno está atento». De esa manera, cuando iba por ejemplo al bar El Cairo, ubicado en la ciudad de Rosario, frecuentaba la Mesa de los Galanes, un lugar inmortalizado donde concurrían artistas e intelectuales, además de la «gente común» que incluía en su rutina el paso por el bar para tomar alguna copa. Para el Negro, sin embargo, se trataba no solo de un lugar acoplado a su rutina, sino también una fuente de inspiración para la creación de sus personajes, a quienes muchas veces ubicó en situaciones absurdas y tragicómicas. Estas páginas intentan recordar su entrañable trayectoria, a doce años de su muerte. Sin embargo, el Negro Fontanarrosa hace varios años nos ahorró ese trabajo, cuando dijo: «De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Me cagué de risa con tu libro'».
Por Catalina Puppo
Revista Bancarios del Provincia

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