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El espíritu de las letras

por el Dr. Jorge E. Milone

Domingo Faustino Sarmiento, Olegario V. Andrade, Joaquín V. González, Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges, entre otros escritores argentinos, legaron obras significativas a la historia de las letras de América. No alcanzaron la misma dimensión escritores como Julio Cortazar, el recordado Manuel Mugica Lainez, Dalmiro Sáenz, Martha Lynch, ni Silvina Bulrrich, quienes se vieron más beneficiados por el aparato promocional que los acompañó. Aun así fueron autores que algo lograron.
Otros escritores sudamericanos, como Florencio Sánchez, permitieron con obras teatrales, como es el caso de «Mi hijo, el dotor» que el drama adquiera un tono sentimental y lugareño característico. Lo propio ha ocurrido en otras naciones del globo terráqueo: Víctor Hugo en Francia, Goethe en Alemania, Tolstoi en Rusia, Shakespeare en Inglaterra, Poe en Estados Unidos; estimularon al hombre para emprender un camino hacia el conocimiento de la luz, en el final de las tinieblas del desconcierto y la incertidumbre.
En la península ibérica, el injustamente olvidado sacerdote y poeta Jacinto Verdaguer, artífice del renacimiento catalán, reveló su profundidad metafísica y el halo de significado con el que dotó a cada una de sus cuartillas.
El largo periplo vital del mundo ha evolucionado a partir de libros que abrieron los esplendentes portales del pensamiento a quienes supieron profundizar en ellos para comprender el pasado y el presente. El destacado alumno de Oxford, quien fuera el escritor C. S. Lewis, y que en «Tierra de sombras» trazó los perfiles claros e inequívocos del drama romántico contemporáneo, como modo activo de comprensión de una realidad universal, enseñó con claridad que el itinerario del sacrificio personal y la lucha contra lo inevitable espiritualizan al hombre al punto de permitirle alcanzar su destino inevitable en estado de gracia y con plena conciencia de su misión en la vida.
Por esa causa, tal vez un escritor de las potencias intelectuales de Thomas Mann, en su por siempre maravillosa «La montaña mágica» explicó con su propio testimonio vital que la crueldad de lo irremediable es el primer destino del hombre para poder luego abrir las puertas de lo perdurable.
En el género dramático –la esencia de la literatura moralista-, dramaturgos de la categoría de Eugene O’Neill y George Bernard Shaw, describieron universos concentrados en el territorio de la conciencia individual del personaje para llegar luego hasta el fondo del alma humana y activaron la vocación ética de una sociedad siempre adormecida por la futilidad de lo inconsistente. La quinta esencia del mensaje del arte es el teatro.
Dostoievski en la novela, Claudel en el teatro, Valery en la poesía, Sarmiento en el ensayo, Borges en el cuento… serán los artífices del tejido perenne de las letras y quienes, entre otros autores, orientarán el camino de regreso a la cultura.
El espíritu de las letras es lo que el lector no leerá en las cuartillas, pero que abrazará con fervor en su corazón. El alma de la humanidad deberá recuperar esa brújula cultural para alcanzar con felicidad su destino.