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EL TEATRO DE KAROL WOJTYLA

    por el Dr. Jorge E. Milone 

El Papa Karol Wojtyla (que reinó en el Trono de Pedro como Juan Pablo II) fue el Pontífice de la generación de quien esto escribe, en sus años jóvenes y un referente gravitante para el pensamiento católico contemporáneo. Pero una faceta menos conocida de Wojtyla es la del dramaturgo. Lo había iniciado en el arte de la dramática el injustamente desconocido Mieczyslw Kotlarczyk, profesor de literatura polaca. Mieczyslw, con cuya idea en sus rasgos generales coincidimos, entendía que el poder lo tienen las palabras, no sólo para transmitir una idea, sino para provocar una emoción. El lenguaje, según tal interpretación, atesoraba la vida en la intimidad y era introducida por quien hablaba y por quien escuchaba a la vez. Este es el problema central de la crisis autoral de hoy, que ya denunciaba Chaplin, cuando decía: «Lo importante es saber escribir una obra teatral». ¿Y cuál es el rol del actor?. Encuadrar al oyente en esa interioridad, disminuyéndose hasta el punto en que la autenticidad de la palabra hablada alcanzará a enlazar una sintonía con el espectador/oyente. Por eso, Kotlarczyk se refería a un «teatro de la palabra interior» en el que el argumento y la escenografía permanecieran sometidos a un pequeñísimo ámbito lleno de la interioridad del alma. Lo que detallaba en su idea acerca del teatro, era lo que asumía como un territorio fértil en la conciencia del espectador, lo que era factible y se tornaba posible, merced a la calidad y los méritos de la pluma del dramaturgo y de la disciplina actoral.
Ese pensamiento es el que ha guiado desde siempre al gran teatro contemporáneo y es la línea de pensamiento artístico que en sus rasgos generales –lo hemos dicho- también alienta el autor de este artículo en toda su producción dramática. De allí que los manierismos y las experimentaciones sin sustento artístico, propias del surrealismo y el «Pop art», no han podido desvirtuar esa esencia que es, además, la sustancia viva y la base fundacional del teatro de todos los tiempos.
Stanislavski, con sus enseñanzas, no fue tan a fondo en la materia teatral: nos permitió ver a Marlon Brando y a Jack Nicholson «haciendo de», en cambio Spencer Tracy fue el juez de «Juicio en Nuremberg», el patriarca de «Lo que la tierra hereda» y el pescador de «El viejo y el mar». Vimos al personaje, no al actor haciendo el personaje. Si el actor pone de sí, de sus propias pasiones y de su memoria emotiva, en vez de calzarse un traje a su medida hecho en el exterior de su vida privada, no es al personaje lo que estamos viendo, si no a una sobreactuación del intérprete.
«Hermano de Nuestro Dios», fue publicada por Karol Wojtyla en 1979. En esta obra casi desconocida del dramaturgo Wojtyla, el futuro Pontífice trata las mismas cuestiones filosóficas y teológicas que presidirán su más conocida obra “El taller del orfebre”, que es una obra de teatro escrita en 1956 por Wojtyla con el seudónimo de Andrzej Jawien. Esta obra trata sobre el amor y el matrimonio a través de la historia de tres parejas.
Si el teatro persigue un sentimiento o un mensaje, la palabra escrita será siempre su esencia y su finalidad a la vez. García Lorca decía que el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. En tal sentido, Wojtyla fue uno de los autores teatrales que marcó el rumbo de una generación que ama al teatro por lo que es en su naturaleza misma y nó por lo que pretenden hacernos creer que es, la efímera circunstancia y las modas mediáticas.